Introducción
El budismo ofrece un camino para liberarse de la rueda de muertes y nacimientos que se suceden unos a otros en una secuencia aparentemente interminable. El Buda había afirmado que sus enseñanzas estaban dirigidas hacia cuatro grupos: mujeres laicas, monjas, hombres laicos y monjes. Nunca negó la capacidad de las mujeres para alcanzar la iluminación y el estado elevado de conciencia de arahant. Tampoco se negó a enseñarles el Dharma. No obstante, la admisión de mujeres en la comunidad monástica no fue inmediata ni desprovista de obstáculos.
Difícilmente se sabrá con plena certeza cuáles textos o porciones de textos reflejan lo que verdaderamente dijo el Buda y lo que fue intercalado posteriormente por escribas misóginos. Tampoco se puede esperar total coincidencia en los textos disponibles hoy día sobre las mujeres y hombres protagonistas y gestores del budismo, pero sí se pueden encontrar relatos que reflejan cómo se percibían y valoraban ciertos hechos en las épocas en que se dieron. Tomando en cuenta lo anterior, a continuación, se expondrá brevemente el aporte principal de Mahāprajāpatī, la madre de crianza del Buda Siddhartha Gáutama, en la ampliación del sangha o comunidad budista.
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Mahāprajāpatī, segunda esposa de Suddhódhana
Siddhartha Gáutama, quien sería luego conocido como el Buda, nació como príncipe del clan de los Shakya en Kapilavastu, probablemente en el siglo VI de nuestra era. Fue hijo del rey Śuddhodana y la reina Mahamaya, quien falleció siete días después de darlo a luz. Su hermana Mahāprajāpatī se hizo cargo del pequeño Siddhartha.
La reina Mahamaya del clan de los Sakyas nació en el seno de una familia kshátriya o de la casta gobernante en Devadaha, cerca de la ciudad de Kapilavastu donde se crio el Buda. Tenía seis hermanas más, entre ellas, Mahāprajāpatī Gáutami. Ambas contrajeron matrimonio con el rey Śuddhodana de Kapilavastu y así se convirtieron en sus dos reinas principales, siendo Mahamaya la que prevalecía. La reina Mahamaya dio a luz a Siddhartha Gáutama, quien luego sería conocido como el Buda y falleció una semana después. Su hermana Mahāprajāpatī se hizo cargo del niño Siddhartha y lo crio como si fuera suyo. No fue el único hijo que crio, ya que, como segunda esposa de Sudhódhana, Mahāprajāpatī por su parte había dado a luz a su hija Sundarinanda y a su hijo Nanda, los cuales eventualmente adoptarían la vida monástica al igual que lo haría Siddhartha.
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Mahāprajāpatī como practicante laica
Nos saltaremos la historia harto conocida de la vida de Siddhartha como joven príncipe protegido de las maldades de la vida y su renuncia a la vida palaciega a sus veintinueve años, después de enterarse de la existencia del sufrimiento en el mundo y comprometerse a encontrarle una solución. También nos saltaremos los seis años que pasó en los bosques hasta tener una experiencia de iluminación de la conciencia en la cual encontró la solución que buscaba.
Nos situaremos aproximadamente seis años después de la experiencia de iluminación del Buda, es decir, unos doce años después de que dejó el palacio y su vida como príncipe. El Buda llegó a Kapilavastu con un grupo de quinientos (número simbólico para designar una gran cantidad) hombres seguidores y así visitó por primera vez a su padre Śuddhodana, su madre Mahāprajāpatī, su esposa principal Yashódara, su hijo Ráhula y demás familiares y habitantes del palacio donde había crecido.
Los familiares del Buda le rogaron en vano que volviera a ser el príncipe de Kapilavastu, ya que el rey Suddhódhana aún no tenía heredero para el trono. En lugar de ello, se dedicó a predicar el Dharma a sus familiares y demás habitantes del reino, convirtiéndose ellos en sus primeros discípulos laicos. Mahāprajāpatī logró penetrar a tal profundidad en las enseñanzas que alcanzó un primer nivel de iluminación de la conciencia llamado sotapanna. (Más adelante lograría las etapas más avanzadas de sakadagami, anagami y arahant.) Así, se convirtió en la primera mujer en Kapilavastu en convertirse en una mujer laica seguidora del Buda. Muchos hombres de la región se sintieron atraídos por la enseñanza del Buda y aprovecharon la ocasión. Inspiradas por su reina convertida en discípula de su hijo, las mujeres del palacio también expresaron su deseo de aprender el Dharma que sus maridos e hijos varones estaban recibiendo. Gracias a la intercesión de Mahāprajāpatī, el Buda aceptó darles instrucción y las mujeres pronto engrosaron las filas del sangha laico.
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Mahāprajāpatī como practicante monástica
El Buda hizo una segunda visita a Kapilavastu cinco años después de su primera visita, es decir, diecisiete años después de renunciar a su vida de príncipe. Su padre había fallecido sin dejar heredero. La decisión de Siddhartha de renunciar al trono de Kapilavastu a sus veintinueve años había causado conmoción y perturbación, no sólo en el ámbito familiar sino también en los ámbitos político y social del reino. Desde su partida, poco a poco, cientos de hombres Sakya fueron abandonando sus hogares en Kapilavastu para hacerse monjes bajo el liderazgo del Buda. La ciudad quedaría vulnerable a conquistas foráneas, lo cual eventualmente habría de suceder con la invasión del reino cercano de Kosala. Muchas mujeres del palacio, tanto de la familia real como las concubinas y sirvientas se encontraban en un estado semejante a la viudez, ya que sus respectivos maridos se habían unido a la orden del Buda. Varias, incluida a Mahāprajāpatī, tenían hijos varones que a su vez se habían convertido en monjes.
Para las mujeres laicas de Kapilavastu, ya no era una opción realista seguir con sus vidas anteriores como mujeres laicas, ahora sin esposos. Habían adquirido una condición semejante a la viudez, sin las estructuras sociales y legales patriarcales tradicionales que en otra época les habrían brindado protección. El Sangha o grupo de seguidores del Buda bien podría haber servido como una manera de obtener una protección similar a la de la vida en una familia tradicional, la cual ya no estaba disponible para ellas. Decidieron, por ende, ordenarse como monjas en el Dharma, no obstante que, al igual que hacía unos años, tenían un deseo sincero de profundizar en las enseñanzas que el Buda les había impartido durante su primera visita a Kapilavastu. Nuevamente le pidieron apoyo y liderazgo a su recién enviudada reina Mahāprajāpatī para que intercediera por ellas, la cual no sólo les daría el apoyo solicitado sino que se uniría con ellas en solicitar la ordenación monástica.
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Mahāprajāpatī le pidió al Buda permiso para ordenarse, en nombre propio y de las demás mujeres laicas. Ante la primera negativa del Buda, Mahāprajāpatī presentó su solicitud dos veces más y el Buda volvió a negar el permiso, es decir, un total de tres veces. Como alternativa, sugirió que las mujeres llevaran una vida de renuncia y práctica del Dharma dentro de sus propios hogares, situación difícil de llevar para las mujeres cuyos maridos habían abandonado la vida hogareña.
Hay varias razones posibles por las cuales el Buda se negó inicialmente a aceptar una orden monástica femenina, pero sobresale una. Puesto que el celibato era un requisito para una vida monástica, quizás le preocupaba que dicha exigencia fuera transgredida: la mayoría de las mujeres seguidoras de Mahāprajāpatī tenían exmaridos que se habían convertido en monjes y esta circunstancia podría resultar tentadora para que las exparejas se unieran nuevamente. El Buda siempre se preocupó por mantener los sectores femenino y masculino separados, ya que el Sangha debía mantener un comportamiento ejemplar ante sus benefactores de la nobleza quienes, entre otros apoyos a cambio de recibir enseñanzas, les prestaban sus palacios a los monjes donde se alojaban durante las estaciones lluviosas.
Para ese entonces Mahāprajāpatī ya tenía quinientas seguidoras laicas, número simbólico según se señaló anteriormente. Ni Mahāprajāpatī ni sus seguidoras se desanimaron ante las tres negativas del Buda: se raparon la cabeza, vistieron túnicas sencillas y emprendieron un largo y difícil viaje a pie desde Kapilavastu hasta Vaishali para obtener el permiso de ordenación.
Recorrieron más de cuatrocientos kilómetros hasta encontrar al Buda con su sangha masculino. Ananda, familiar y asistente del Buda, las observó después de su largo viaje y les preguntó por qué habían emprendido tan larga y ardua travesía. Mahāprajāpatī le explicó que en vano le habían pedido tres veces al Buda permiso para ingresar a la orden monástica. Ananda decidió interceder por las mujeres y así fue como le hizo tres recordatorios al Buda: (1) que los budas anteriores habían ordenado a mujeres, (2) que las mujeres tenían la misma capacidad espiritual que los hombres para convertirse en arahants, (3) que su madre Mahāprajāpatī lo había criado y cuidado y por ende el Buda tenía una deuda ineludible con ella.
La inclusión de mujeres como monjas en el sangha
(A) El conjunto de ocho reglas
El Buda finalmente aceptó la inclusión de mujeres en la orden monástica, aunque bajo ciertas condiciones. Se le atribuye al Buda el haber pronunciado un conjunto de ocho reglas llamadas gurudharma que debían seguir las monjas. A continuación se expone una traducción de dichas reglas según la redacción en inglés de Ann Heirman:
(1) Aun cuando una monja tenga cien años de formación monástica, deberá ponerse de pie y ofrecer una reverencia ante un monje recién ordenado.
(2) Una monja no puede reprender a un monje diciéndole que ha cometido una falta.
(3) Una monja no puede castigar ni amonestar a un monje, pero un monje sí puede amonestar a una monja.
(4) Luego de haber pasado por un período de prueba de dos años, la ordenación de una monja deberá celebrarse tanto en la orden femenina como la masculina.
(5) Si una monja ha cometido una falta que amerita una exclusión temporal, deberá cumplir con la penitencia en ambas órdenes, la femenina y la masculina.
(6) Cada dos semanas, las monjas deberán pedirles instrucción a los monjes.
(7) Las monjas no pueden pasar los retiros de las épocas lluviosas durante el verano en lugares donde no hay monjes.
(8) Al finalizar el retiro de las épocas lluviosas, cada monja deberá participar en una ceremonia en la cual se les invita a las demás monjas y a los monjes a señalar las faltas en las que ha incurrido, ya sean faltas vistas, oídas o sospechadas.
Las ocho reglas bien podrían haber sido una manera de atenuar por anticipado una oposición a la inclusión de mujeres en la orden monástica por parte de la comunidad masculina, lo cual sería un reflejo de las creencias misóginas de la época en la India y no propias del budismo. Dadas la cultura e instituciones patriarcales que rodeaban al Buda, de alguna manera tenía que asegurar que los monjes aceptaran la inclusión de monjas. No obstante, por más que el Buda quizás considerara prudente ceder algún terreno a las costumbres de su época, estas reglas son a todas luces discriminatorias a nuestros ojos contemporáneos.
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(B) El futuro del dharma
Además del conjunto de ocho reglas, al Buda se le atribuye además un comentario profético sobre el futuro del Dharma en caso de aceptar mujeres a la orden monástica. El Buda le había dicho a Ananda que el Dharma habría durado mil años, pero dado que ahora las mujeres recibirían su ordenación monástica, el Dharma sólo duraría quinientos años, ya que la presencia femenina sería como una plaga que arrasa con un cultivo. Es decir, se cortaría a la mitad el número de años que durarían las enseñanzas.
A simple vista, podría parecer un comentario despectivo para la presencia de las mujeres en la orden monástica. Tomado literalmente, se le atribuye al Buda una predicción que obviamente no se ha cumplido. Sin embargo, hay otras maneras de interpretar estas proclamaciones atribuidas al Buda. Sulak Sivaraksa afirma que gracias al establecimiento de la orden femenina, sólo se necesitaría la mitad de años para afianzar el Dharma en el mundo. Es decir, al duplicar la cantidad de seguidores del Buda, sólo se requeriría la mitad del tiempo para lograr transmitir el Dharma por varias generaciones y en distintas tierras.
En apoyo a la interpretación de Sivaraksa, hay que recordar que según el budismo, inevitablemente todo cambia. Un campo cultivado tarde o temprano se volvería estéril y, desde luego, una plaga aceleraría su transformación. No hay esencias fijas y eternas; ni siquiera las enseñanzas del Buda Siddhartha Gáutama de la presente época son permanentes. Al establecer un período probablemente simbólico de quinientos años, es decir, la mitad de mil años, el Buda quizás afirmaba que el Dharma que él enseñaba tampoco duraría eternamente. De igual manera, las enseñanzas de los budas anteriores no fueron eternas, ya que cada Buda tuvo que adaptar sus enseñanzas a los espacios y tiempos de su respectiva época. De esta manera, la meta que se había propuesto el Buda—lograr que la mayor cantidad posible de seres alcanzaran la iluminación—se aceleraría con el doble de la cantidad de seguidores.
Al dar el Buda su aprobación para el ingreso de mujeres a la comunidad monástica, Mahāprajāpatī se convirtió en la líder y a la vez figura maternal tanto para las monjas como las mujeres laicas. Se cuenta que Mahāprajāpatī vivió una vida muy larga; incluso llegó un momento en que acudió al Buda ya avanzado en edad para decirle que lo correcto era que una madre falleciera antes de sus hijos. El Buda asintió y así, pocos meses antes del parinirvana o muerte de su hijo, Mahāprajāpatī fue la primera discípula en entrar en el estado de nirvana al fallecer. También se cuenta que, por su propia voluntad, sus quinientas seguidoras también alcanzaron el nirvana al fallecer el mismo día que su maestra.
Conclusiones
Como bien lo señala Sivaraksa, tanto Mahāprajāpatī Gótami y sus quinientas seguidoras estaban completamente seguras de que, al igual que los hombres, tenían la capacidad de convertirse en arahants y por eso no desfallecieron en su insistencia en pertenecer a la orden monástica establecida por el Buda. En este sentido, Mahāprajāpatī y la primera orden de monjas son un ejemplo de tenacidad en el Dharma.
El Buda había afirmado que sus enseñanzas estaban dirigidas hacia cuatro grupos: mujeres laicas, monjas, hombres laicos y monjes. Mahāprajāpatī jugó un papel esencial en que estos cuatro grupos de personas fueran parte de su sangha o comunidad de seguidoras y seguidores. Puesto que el budismo le ha dado la vuelta al mundo y está presente en todos los continentes hoy día, se puede inferir que la participación femenina de laicas y monjas incrementó significativamente la presencia del budismo. Efectivamente, Mahāprajāpatī duplicó el número de seguidores del Buda y abrió las puertas del Dharma a cuantas mujeres quisieran aprenderlo y practicarlo.
BIBLIOGRAFÍA
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Sivaraksa, S. (1992). Seeds of Peace: A Buddhist Vision for Renewing Society. Berkeley, California, EEUU: Parallax. Disponible en https://archive.org/details/seedsofpeacebudd00sula
Katherine V. Masís-Iverson
La autora es profesora jubilada de la Universidad de Costa Rica en San José, Costa Rica. Durante varios años como docente activa, impartió cursos introductorios de filosofía en la Escuela de Estudios Generales, así como cursos de ética y de pensamiento hindú y budista en la Escuela de Filosofía de dicha institución. Algunos de sus trabajos se pueden encontrar en https://ucr.academia.edu/KatherineMas%C3%ADsIverson